La guerra en Ucrania ha alcanzado un nuevo nivel tras la decisión de Estados Unidos de autorizar a Kiev el uso de misiles de largo alcance contra objetivos clave en territorio ruso.
Esta acción, apoyada por Francia y el Reino Unido, responde a los recientes bombardeos rusos que han destruido infraestructuras esenciales y causado numerosas víctimas civiles. Los ataques ucranianos se enfocarán en regiones estratégicas como Kursk, donde Ucrania ha logrado tomar control parcial de algunas zonas rusas.
La medida coincide con la confirmación de la presencia de hasta 12,000 soldados norcoreanos que apoyan a las fuerzas rusas en el este de Ucrania. Además de afectar las posiciones rusas, el uso de misiles como los ATACMS, con un alcance de hasta 305 kilómetros, tiene como objetivo disuadir a Corea del Norte de enviar más tropas y fortalecer la posición ucraniana ante posibles negociaciones de paz.
Este movimiento ha recibido apoyo internacional, con figuras como el presidente francés Emmanuel Macron y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, condenando las agresiones rusas y reafirmando su respaldo a Ucrania. Por su parte, el secretario general de la ONU, António Guterres, ha denunciado los ataques rusos como violaciones al derecho internacional. En Alemania, se han intensificado las protestas lideradas por Yulia Navalnaya contra la guerra, reflejando un creciente malestar interno en Rusia, pese a la represión.
El panorama geopolítico se mantiene incierto, especialmente con la posibilidad de que Donald Trump regrese a la presidencia de Estados Unidos. Su promesa de poner fin a la guerra en Ucrania contrasta con los esfuerzos de la administración Biden por fortalecer la posición de Ucrania antes de cualquier posible acuerdo.
La autorización de misiles de largo alcance aumenta la presión sobre Rusia, pero también plantea dudas sobre si este paso llevará a una paz duradera o si, por el contrario, podría desencadenar una mayor escalada del conflicto.